martes, 8 de julio de 2014

Historias de juventud

Escrito por Ana Teruel Rubio
Contado por José Teruel Espinosa

Después de haber escuchado todas las historias que mi abuelo me ha contado de su juventud, me he decidido a escribir la vida que él tuvo durante los años que ha vivido en Cieza.
Mi abuelo pasó su niñez y adolescencia en varias localidades de Andalucía debido a los traslados y ascensos de su padre. Finalmente, con 15 años, se mudó a Cieza, donde ha permanecido hasta la actualidad.
Uno de los recuerdos que él destaca de cuando llegó aquí es la escasez que había. Pues en los comercios te vendían alimentos, cuando los había, en cantidades muy limitadas y mediante la correspondiente cartilla de racionamiento.
En aquellos años, la industria de Cieza giraba principalmente en torno al esparto, cuyo proceso consistía en cogerlo del monte, cocerlo en balsas, tenderlo para secarlo, picarlo, rastrillarlo e hilarlo. 
En Cieza solo había tres familias con coche propio y una parada de taxis que disponía sólo de cuatro vehículos. Por lo que, a la hora de viajar, era necesario hacerlo en tren. Para ello se avisaba a “Carcaña”. Él era un hombre que llevaba a la gente hasta la estación, con su galera empujada por un viejo caballo, adiestrado para parar en la puerta de los bares y que su dueño se echara unos tragos.

En el año 1948, se instaló la Caja de Ahorros del Sureste de España (actual Sabadell-CAM). Éste fue el primer trabajo que mi abuelo tuvo, con un sueldo mensual de 125 pesetas (actualmente 0,75€). Un año y medio después, ingresó en el Banco Español de Crédito, cobrando el doble, es decir, 250 pesetas (1,50€). En este banco, más conocido como Banesto, había una plantilla de 36 personas, mientras que hoy en día hay tres.
Todos los trabajos se hacían a mano o en alguna máquina de escribir. Al cabo de muchos años, entró en la sucursal  la primera máquina sumadora, lo que supuso un gran adelanto, ya que tenían que hacer cuentas de varios folios de longitud.
Al comenzar la jornada, los empleados se ponían unos manguitos para evitar el roce en la ropa y alguna mancha de tinta. Pasado un tiempo, se sustituyeron las plumas y los tinteros por los primeros bolígrafos. 

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