Una de esas era la de “Juanico de la Canosa”. Era una pequeña tienda de ultramarinos ubicada en la planta baja de una casa en la calle General Espartero, en la que se hacinaban las cajas de frutas por un lado, las verduras y hortalizas por otro, y los productos de droguería detrás de un pasillo que daba acceso a la vivienda principal, desde donde, tras unas cortinas, podías ver al abuelo sentado en su mecedora al abrigo de un brasero en su mesa de camilla. A la derecha, un mostrador de madera oscura, sobre éste un peso y una balanza romana de hierro oxidado. Detrás del mostrador, Juanico, el tendero, y detrás de éste, ordenado en estanterías hasta el techo, las latas sobre los cajones de legumbres.
Se pedía la vez, Juanico te lo despachaba todo, y te cobraba él mismo haciendo las cuentas a lápiz sobre el papel en el que te iba a envolver el pedido. Cuando había mucha gente, el abuelo, al grito de“¡Papaaa, saca jabón!”, echaba una mano torpe y lenta. No existía el estrés, no había prisas. Ir a la tienda a por una lata de atún, te podía lleva una tarde entera.
Por las mañanas despachaba los bocadillos para el colegio. Entonces había que madrugar para no llegar tarde, porque Juanico, con su parsimonia, tardaba lo suyo en poner el filete de la lata grande y envolver el bocadillo en un áspero papel de estraza.
Como Juanico vivía encima de su tienda, a cualquier hora estaba disponible.
LA TIENDA DE JUANICO,
por Silvia Rubio
C/ General Espartero en la actualidad.
Un placer encontrar historias de mi abuelo al cual no conocí. He intentado encontrar buscando por el nombre Juanico de la canosa y he encontrado esto. Da gusto saber un poco más de mis raíces y de mi propia casa.
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