Josefa Cutillas Saorín. 79 años.
Historia recogida por Lourdes Gallego Herrera.
Imagen: Fernando Cifuentes
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Las formas de comprar han cambiado mucho; antes se iba a la plaza y con una cesta se hacía la compra. No había tanta variedad de alimentos como ahora. La carne y el pescado se liaba en papel de estraza. No había bolsas de plástico. En las tiendas no había cajas registradoras, solo un mostrador, las cuentas se hacían con los dedos o en un papel. Las tiendas no tenían cámaras de vigilancia, las personas no robaban, había confianza entre ellas. Las puertas de las tiendas siempre estaban abiertas, y los alimentos se colocaban en estanterías.
Imagen tomada de www.lejarraga.com |
Una tienda que recuerdo mucho, ya que estaba situada justo enfrente de mi casa, era una mercería, justo en la calle Angosto, donde se vendía todo tipo de cosas para la costura, era pequeñica. La tienda se llamaba “La Amparo de las Puntillas”. La fachada era de color blanco y vieja, no daba una buena impresión. Cuando llovía, incluso llegaba a inundarse por el mal estado en el que estaba. (…)
Recuerdo una pequeña anécdota que me ocurrió en el cementerio de Cieza. Fuimos al cementerio para limpiar el panteón y no oímos al enterrador que tocó la campana, y, cuando fuimos a salir, el cementerio ya estaba cerrado. Empezamos a llamar y no había nadie. Entonces yo me salí por un hueco que había y fui a llamar al enterrador que estaba durmiendo. Todo esto ocurrió una noche en la que según la gente del pueblo era peligroso ir al cementerio porque según la leyenda que circulaba por el pueblo, allí pasaba algo por las noches. Así que decidieron ir y vieron que no pasaba nada, que solo era un despiste del enterrador.
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